59º Aniversario del Centro Cultural Bivongesi

Cuando los primeros inmigrantes bivongeses llegaron al sur de La Plata, allá por los años previos y posteriores a la Segunda Guerra Mundial, para instalarse en el margen casi rural de una ciudad en plena expansión, ninguno de ellos sabía si lograría prosperar, pero todos contaban con qué intentarlo: determinación, versatilidad, capacidad de trabajo. Y en ese terreno, el de la convicción y la fe en el advenimiento de tiempos mejores, hubo una figura que los conectó entre sí y con su tierra natal. Fue la de la Virgen, la “Mamma Nostra”.

“La oleada inicial de inmigración desde Bivongi, que es un pueblo muy pequeño de la provincia de Reggio Calabria, se dio entre los años ’20 y ’30 del siglo pasado”, recuerda Bentivoglio Zurzolo, presidente de la comisión de festejos del Centro Cultural Bivongesi: “muchos fueron jefes de familia que poco a poco fueron trayendo a sus esposas, hijos, y hermanos. La segunda ola, que fue inmediata al final de la guerra, entre 1946 y 1950, se llevó dos tercios del pueblo italiano modelado durante siglos en la ladera de una montaña por la necesidad de protegerse de los ataques sarracenos; algunas familias fueron a radicarse en Estados Unidos y Australia, y otras en Argentina, con mayor cantidad en Mercedes (Buenos Aires), y La Plata”.

Fueron más de 200 las que eligieron probar suerte en nuestra ciudad, donde los laboriosos agricultores de vid y olivo se transformaron en herreros, zapateros, peluqueros, sastres, carpinteros, molineros o lo que hiciese falta para llevar un plato de comida a la mesa.

“La mayoría se instaló en la zona de plaza Castelli, donde todavía había mucho campo, las calles eran de tierra y desde la calle 28, por ejemplo, se podía ver el paso de los trenes por las vías de 31” evoca José “Pino” Melía, presidente del centro que tiene su sede en 63 entre 25 y 26. Ex director del Teatro Argentino, Melía señala que “durante la guerra nuestros paisanos se juntaban a rezar en la iglesia de San José; y en algún momento surgió la idea de contar con una efigie propia de la Mamma Nostra”, para venerarla y tener un recordatorio de la tierra natal”.

Entonces, en 1947, se forma la Asociación Bivongesa para los Festejos de María Santísima Mamma Nostra. La primera procesión fue sosteniendo un cuadro, pero para la segunda los miembros de la colectividad ya contaba con lo que había ido a buscar meses antes, con una foto de la Virgen en mano, a un atelier de Avellaneda.

“Los paisanos dieron con un escultor austríaco muy talentoso, que a partir de una postal muy chiquita logró inspiración para crear una de las mejores imágenes litúrgicas de nuestra ciudad” asegura Melía. Esa imagen fue a dar a la iglesia de Nuestra Señora de La Piedad, construida junto al Seminario Mayor, en 24 y 66; consagrada en marzo de 1927, tenía como párroco a Rafael Trotta, quien luego se convertiría en rector del Seminario. Hasta hoy, el templo es el centro espiritual de los festejos.

La saga de las familias bivongesas, que con apellidos como Comito, Nardo, Valenti, Pisano, Lentini, Coniglio, Murace, Zurzolo, Marzano, Melía, Zaffino, Lorenti, ya suman más de veinte mil descendientes en nuestro medio, sumó otro capítulo clave el 15 de enero de 1960, con la creación del Centro Cultural Bivongesi en 63 entre 25 y 26, sobre lotes comprados con el aporte colectivo.

“Se hizo completamente a pulmón” destacan con orgullo Melía y Zurzolo: “los vecinos terminaban sus horarios de trabajo y se iban al club a poner el hombro; a partir de entonces, se fortalecieron los vínculos más que nunca. Si alguien necesitaba un plomero, o un pintor, o cualquiera con un oficio, ahí se lo encontraba”.

A partir de 1970, la entidad entró en la fase educativa de su desarrollo: la sucesiva apertura del Jardín de Infantes “Piccolino” (hoy “Edmundo de Amicis”), y los institutos primario y secundario “Bivongi” (1983 y 2007, respectivamente).

TIERRA DE SEDA, VID Y OLIVOS

Bivongi es un diminuto pueblo situado en el noreste de la provincia italiana de Reggio Calabria, a 13 kilómetros del mar Jónico y a 270 metros de altura, sobre las estribaciones del monte Consolino y junto al valle tallado por el río Stilaro y su afluente Melodari.

Su nombre proviene, se cree, del griego “boubukes”, vocablo que alude a un lugar donde se crían gusanos de seda. Con características medievales, calles muy angostas, casas altas con escaleras exteriores, su cultura tiene una fuerte influencia griega: en el siglo IX, monjes basileos llegaron desde tierras helénicas a esos parajes asolados por las invasiones sarracenas para predicar y fundar un monasterio. Doscientos años después, los religiosos ortodoxos griegos fueron desplazados por los católicos.

En sus orígenes (circa 1000-1200) caserío feudal con marcada influencia de diferentes cultos, se convirtió en municipio recién en 1870. Con una economía basada en la agricultura, los viñedos y los olivares, llegó a tener más de cinco mil habitantes pero después de la Segunda Guerra Mundial quedó en apenas 1.500, cifra que se mantiene en la actualidad.

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